
La noche ya estaba sobre mí, tan sólo mis pensamientos me acompañaban sentado a un lado de la chimenea leyendo libros de ciencias olvidadas. "Quizá" pensé "mi situación es parecida a la de El Cuervo de Edgar Allan Poe.. quizá lo sea".
Con la vista un poco cansada decidí quitarme los lentes y cerrar mis magníficos volúmenes de inteligencia y conocimientos pérdidos y me dispuse a acompañar a mi amada a la cama... pero antes, un aperitivo.
Al llegar a la cocina vi una copa de vino usada, mi reserva abierta y vertida sobre un filete. "Bueno, no debe desperdiciarse" pensé, y cuando le di el primer bocado me sorprendió el maravilloso sazón que poseía. Un poco dura la carne, lástima.
Agregué unas verduras hervidas al platillo y lo terminé gustosamente. Lavé mis manos y noté una mancha de vino en mi camisa, cosa que no me puso en el mejor de mis humores. Atravesé la cocina, abrí la puerta a pasos flojos y arrastrados caminé por el vestíbulo hasta las escaleras de cedro rojo en el centro del cuarto. Al subir se divide la escalera en derecha e izquierda, los cuartos de estar, juegos y mis hijas de un lado y el mío y el cuarto de mi esposa al otro.
En la intersección de éstas decidí ir a despedirme de mis hijas, básicamente son mi razón de vida y como tales las cuido.
Caminando por el pasillo observé con detenimiento las pinturas de mis ancestros y particularmente me fijé en uno mostrando a mi bisabuelo con su traje de guerra.
La barba blanca prominente y su uniforme negro. Una bella cruz de hierro colgaba de su cuello y sus magníficas medallas se mostraban presumidas en su pecho. Su hombro izquierdo, mostrado al frente, presentaba su rango militar a través de estrellas y flechas.
Iba a continuar mi camino, pero una pequeña mancha en el marco llamó mi atención. El marco, de roble rojo y retoques negros en las puntas tenía unas pequeñas cabezas de león en la parte superior e inferior viendo hacia la derecha e izquierda respectivamente, al parecer, la cabeza inferior estaba entintada. Me acerqué y meticulosamente intenté rasparle la gota y mientras lo hacía descubrí que no sólo era el cuadro, si no que toda la pared escurría y era reciente.
Busqué la causa o prueba de que hubiera tinta en la escena... pro no se encontraba nada por ningún lado. Un poco extrañado me dispuse a entrar al cuarto de mis hijas y me proponía a preguntarles si sabían algo al respecto, pero al tomar la perilla me encontré con que escurría en rojo, un rojo oscuro, vivo... "!Marie y Lyla¡" pensé ya con angustia, le di la vuelta a la perilla y entré azotando la puerta contra la pared buscando a mis hijas con la mirada.
"¿Marie?..." susurré con temerosa voz a una sombra en cuclillas al fondo de la recámara que sostenía un bulto entre sus brazos.
Sin atreverme a hablar más me acerqué con cautela, di un paso, luego otro y otro... Acercándome cada vez más a mi objetivo pero a la vez me tardaba demasiado. Le tomé el hombro y le volteé hacia mí. Marie, tenía sus hermosos ojos pardos abiertos y reflejaban la luz de la luna, su fina barbilla blanca estaba manchada de rojo junto a sus inocentes y magníficos labios. El cabello, normalmente negro y lleno de vida estaba apagado ante un color opaco y maltratado, la misma mancha de la perilla y la pared, misma sustancia en sus labios; en lo más profundo de mí ya sabía qué era dicho líquido, pero me negaba rotundamente a aceptarlo.
Me miró fijamente y torciendo su sonrisa al igual que su cuello me dijo "¿Por qué papá?... ¿Por qué se mancha todo?" SIn saber a qué se refería la tomé de los brazos y ella dejó caer a... mi hermosa Lyla, o lo que quedaba de ella. Su linda mirada inocente se veía sin vida y llena de duda, un miedo inmenso que causaría al más valiente acobardarse y su cabello rojizo, como su padre, estaba como arrancado por manos y manchado en su sangre. Los pómulos estaban cortados y habían sido extraídos completamente en forma de medallones y su mandíbula estaba expuesta en una eterna sonrisa. Sus bellas y pequeñas manos, tersas y blancas, se encontraban ahora pintadas y rotas, los dedos completamente torcidos en formas completamente irregulares y sus uñas estaban rotas o incluso arrancadas. Tenía rasguños en todo el cuerpo y fue despojada de sus ropas...
"¡¿Qué hiciste Marie?!" Por dentro el horror me consumía. La rabia corría por mis venas y la sonrisa de Marie se reflejaba en mis ojos, cada segundo que pasaba me hacía perder más la cabeza, mi conciencia desaparecía y la desesperación llenaba mi mente hasta que tomó posesión de la misma. Tenía la idea de destruir lo que había terminado con la vida de mi bella princesa.
Me levanté y me dirigí hacia la puerta, cerré con llave y busqué debajo de la cama de Marie el bate que utilizaba para ahuyentar animales de la casa y lo apreté con ambas manos. Comencé a temblar de sobremanera y dudé... Dudé durante varios instantes sobre lo que estaba haciendo, "¿Mi bella hija, mi princesa sería capaz de esto?", me pregunté una y otra vez y tras uno segundos de pensarlo, Marie me interrumpió... "Papá, ¿creíste tú, que mi hermana fuese tan hermosa así? ¡Mira! no deja de sonreír".
Ese momento mi temblor desapareció y con todo mi pulmón grité, levanté el bate frente a ella y con todas mis fuerzas lo hundí en su nariz. Escuché los huesos quebrar y hacer contacto entre ellos, se hundían... ¡SE HUNDÍAN! Su despreciable sonrisa se borraba y un alarido de dolor se escapó de boca. "No puede terminar así..." La facilidad que fue la destrucción de su rostro me dio confianza y asco al mismo tiempo. El resto de ella no podía quedarse así, no sería justo ¿verdad? Sus manos destrozaron a mi Lyla, sus ojos la vieron morir y su corazón no se acongojó en lo más mínimo. Nuevamente comencé a golpearle, sus costillas, sus manos y nuevamente su cráneo, Vi como cada una de estas partes sucumbían a la destrucción hasta que hubo un completo y maravilloso silencio...
La bella luna se reflejaba en los ahora cuerpos sin vida de mis hijas. Incluso podrían haberse confundido por un par de hermosas muñecas de porcelana que en un terrible accidente, se habían caído de su estante. Mis pobres amores, una destruida por la enfermedad de su hermana y la otra eliminada por venganza.
"¿Qué dirá mi esposa al respecto?... Seguro no estará contenta y mucho menos entendería que..." Lo que vi en ese momento me atemorizó, el asco recorría mi piel y cada centímetro de mi persona. ¡Su maldita sonrisa seguía completa!¡Cada uno de esos dientes como perlas intactos!
¡Esto terminaría ya!
Salí del cuarto alistándome mentalmente, conseguiría unas pinzas y le arrancaría la sonrisa...
Con el bate firmemente empuñado recorrí el pasillo de cuadros y aunque yo sabía que mis ojos me engañaban, vi a Marie al pie de las escaleras, sonriendo, su cuerpo completamente roto y el cuello torcido de una forma grotesca, el cráneo abierto y las manos completamente rotas. Se paró frente a mí y cínicamente me dijo "Lyla no sonríe papá... ya no". Bajé corriendo las escaleras gritando y planté un golpe de lleno en el tope de su cabeza, más a la luz de un relámpago me encontré golpeando al busto de Atenea que tenía en el recibidor del vestíbulo. Sorprendido, decidí correr hacía la cocina para encontrarme a la bastarda aquella bebiendo del vino de mi mesa. Ignorándole seguí mi camino hacía el cobertizo y la caja de herramientas.
Al llegar estaba todo vacío y no habían señales de ella. Abrí la caja y busqué una llave de "perico" entre martillos, clavos y desarmadores. Al encontrarla observé sus bellos "dientes" y me figuré a mí mismo arrancando los frontales, maxilares, caninos y molares de la boca de mi hija... Sería tan grato.
Mi sueño se vio interrumpida por una voz a mi espalda, una voz burlona que yo quería destruir y al mismo tiempo que su voz pronunciaba mi nombre volteé con el bate en manos y con toda mi fuerza le saqué la mandíbula inferior de golpe y se enterró en la pared.
"¡Por fin! tu endemoniada sonrisa murió, ¡MALDITA! ¿Creíste que podrías acobardarme y gana... eh?"
Sus vestiduras eran diferentes. La tomé del hombro y vi como agonizaba al desangrarse mi esposa... Le había volado la mandíbula y cada uno de los dientes y nervios superiores, la traquea expuesta al aire y su mirada de duda fijada sobre mí. El horror y la culpa llenaron mi alma y cuerpo y mi habla se detuvo completamente. Tan sólo pude abrazarla y mientras ella apretaba mis brazos esperé lentamente a que muriera desangrada.
Ya muerta me levanté y con tantas lágrimas en los ojos que ni podía ver recordé quién... no, no "quién", sino "qué" había causado todos esto. Levanté la cabeza enrabiado con las pinzas en mi mano izquierda y grité; grité con toda mi alma y fuerzas al mismo tiempo que corrí hacia la cocina, el vestíbulo el pasillo de retratos y el cuarto de mis hijas. Esa estúpida sonrisa seguía allí. Tomé mis pinzas, le prensé uno de los dientes frontales con fuerza y jalé mientras le sostenía el cráneo expuesto de la frente.
1... 2... 3... así hasta los molares, je je je.
Por fin, al terminar las paz entró y sentí descanso. Salí del cuarto y caminé hacia el baño. Al entrar, miré el reflejo del espejo y al hacerlo sonreí... "Tienes la sonrisa de tu padre Marie... Debemos cuidarla".
Al salir del baño la policía estaba en la casa, seguro por los gritos los vecinos llamaron para que vieran que todo estuviera bien; mi ropa estaba ensangrentada, así como mis manos y boca, unos dientes en la mano.
Según los reportes policiacos y oficiales, bebí y comí un delicioso banquete de Lyla, le volé los sesos y huesos a Marie, le arranqué la mandíbula a mi esposa, le saqué los dientes a Marie y a mí mismo, después, me los puse... Pero, todos sabemos lo que pasó en verdad... ¿no?