
Un clima perfecto...
Es lunes, 6 de julio. La lluvia cae de gota a gota sobre las sombrillas de todos los invitados, retumbando en cada parte de mi ser como si de tambores en mi cabeza se trataran. Cada una con un golpeteo diferente y a la vez igual. Una gota, distinta a otra y las millones de gotas cayendo sobre nosotros en ese preciso momento... y todas igual, un evento maravilloso, extraordinario y sin la más mínima importancia para la situación que se estaba viviendo.
Lo noté al principio con un simple "tac"....
Otra gota "tac"...
"tac"...
"tac" "tac"...
Es 6 de julio, la media del verano acompañada de hojas rojas y amarillas sobre las copas tenebrosas de los árboles. Este día de mi infancia también estaba siendo acompañado por la lluvia, la bella y asquerosa lluvia.
La mano de Andrea es suave, en mi lenguaje bruto, estúpidamente suave. Al tacto del agua ella se emociona y sonríe, mueve los brazos como niña chiquita y deja que sus coletas de cabello negro se empapen en su júbilo... Yo no. Odio la lluvia, ¡¿a quién en su sano juicio se le ocurre llevar a un hidrofóbico a un parque en época de lluvia?! Bueno, también ahí voy yo de baboso permitiéndolo. Ella se regocija en mi complacencia fingida y sigue sonriendo.
Las gotas caen sobre su rostro y cabeza, la veo, la escucho, la observo detalladamente... Ese sonido. Cada vez que ella alza la cara lo escucho, cada gota, igual a todas las millones de gotas que se precipitan sobre ella, pero únicas. Únicas en el sentido de que están cayendo sobre Andrea, las hace, por alguna razón hermosas, pero el sonido me aturde. No sé cómo describirlo, quizá la onomatopeya más cercana sería un "tac"...
"tac"...
"tac"...
"tac" "tac" "tac"...
Es lunes, 6 de julio. Miro a todos los invitados, las lágrimas caen al compás de la lluvia y se pierde lo salado de su sabor inmediatamente entre las dulces gotas de la lluvia. En mí sólo resbalan, no se combinan con lágrimas porque no las hay, las habría si supiera lo que sucede, probablemente estaría como mi madre o mis hermanas, intentando desahogar el pesar que tienen en este momento, liberar las penas, mostrar su esencia. Pero no yo; yo ni sé lo que pasa.
Bajando escaleras, mirada al suelo, mi cabello no puede estar más mojado y a la mente me llega Andrea. ¿Dónde está?... Sé que la vi hace un rato entre la multitud, serena, tranquila... seria. No soporto cuando está seria. ¡Ah! Ahí está, con mi hermana a su hombro, que linda se ve... Siempre le he dicho que el negro es un color muy elegante y debería usarlo más. Probablemente después de hoy deje de hacerlo, no creo que sea una muy buena idea.
Tres personas más me ayudan a cargar este peso, cada dos de un lado, dando pasos lentos y con flojera y dolor, la cabeza gacha y ninguno dice nada. Frente a mí está mi hermano, Daniel, no un hermano de sangre, así les digo a mis más cercanos amigos.
Es 6 de julio también. Sentado frente a mí, Daniel no deja de leer y escribir, a parte ¡participa en clase! ¿Qué clase de persona viene a de hecho poner atención? Espera, al parecer sólo yo no estoy prestando mi valiosísima atención. ¿Qué clase es? ¡Claro! Es historia... Que flojera, ¿revolución otra vez?, este tema nos lo han metido hasta por debajo de la lengua, disculpen mi lenguaje. Daniel se ve tan teto, con sus lentes y todo, es como un "nerd"... Sin embargo tiene menos problemas que yo. Mira hacia atrás y me pasa un cuaderno con apuntes y una nota al pie de la página: "Como sé que no pones ni un huevo de atención, copia mis apuntes".
De regreso al lunes, 6 de julio... Daniel mira hacia atrás, me observa fijamente con una mirada destrozada y sólo asiente con la cabeza, en sus ojos lo vi, claramente como cuando usted lee esta frase, escrito en su ver "Cómo sé que no pones un huevo de atención, yo te guío".
Un escalón... "tac" "tac" "tac" "tac"...
El siguiente... "tac" "tac" "tac" "tac"...
Un tercero... "tac" "tac" "tac" "tac"...
El último... "tac" "tac" "tac" "tac"...
He pensado ya un rato, vivencias, memorias y nostalgia, sólo quedan unos metros para llegar al último destino. Los pasos los empezamos a dar como con arrepentimiento, nadie lo dice, pero sé que nos sentimos como el verdugo de esta situación, cargándolo, amándolo y odiando lo que le ha pasado...
El 6 de julio se acercó a mí el señor de la casa, Herman, mi padre. "Hoy tendrás tu primera lección de manejo", me dijo. Lo expresaría con risas y júbilo, pero espere a saber lo que el muy chistoso me hizo. Si acaso tendría unos 12 años, a punto de cumplir 13 en agosto. Mi padre me toma de la mano y me acompaña lentamente hasta su automóvil; un mercedes del año del caldo, bellísimo, todo un clásico y me ayuda a subirme en el asiento. Con paciencia y virtud empieza a mostrarme cómo "espejear" y me empieza a explicar las reglas básicas de un coche. Al final de todo esto, me entrega las llaves y me dice "enciéndelo"... La mirada se me iluminaba, mi corazón no dejaba de bombear, tragué saliva, me sudaron las manos y no podía contener lo bello de la situación. Introduje la llave y le di vuelta sólo para escuchar el rugir de ese motor, la vibración del coche y la vibración de mi alma, acto seguido, mi padre apaga el coche y me dice "esa fue tu primera lección", se ríe y se va.... Desgraciado, pero sé que yo le voy a hacer lo mismo a mis hijos cuando tengan como 12 años.
Es lunes, 6 de julio... Bajando el féretro que contiene a mi padre, mi bello padre, la mirada se me apaga, mi corazón no deja de bombear, trago saliva, me sudan las manos y no puedo contener lo doloroso de la situación y conforme baja cada centímetro, una lágrima mía se despide de mi cuerpo para irse con él a la otra vida, por cada centímetro doy dos lágrimas, doy dolor y me hinco de la frustración, rogándole al Señor que tenga piedad de todos los presentes y esto sea sólo una pesadilla, por favor Señor, deja de hacernos sufrir y doler, deja ya hacer que las lágrimas recorran mi rostro, evita que esto sea verdad... Pero Nadie respondió...
Lunes 6 de julio... Este día descubrí la esencia de lo que me faltaba.