jueves, 18 de junio de 2009

Amigo


Tengo un amigo. Todavía no lo conozco, pero sé que es mi amigo.

Al ir caminando es que lo veo, solo, como que no quiere la cosa mira a las demás personas pasando y, ¿a mi? Sólo me mira con una cierta remembranza, dañado, triste y con un alma en agonía. Lo he visto a los ojos y me he adentrado en la oscuridad de los mismos, veo el dolor, siento su agonía y el pesar que lo acongoja. Terrible sensación la de verlo en ese estado.

Tan sólo lo miro y me enamoro de él, tanta belleza... destruída, hecha pedazos y vacía. No puedo evitar detenerme y mirarlo fijamente, su mano, extendida me ofrece compañía y yo decido acercarme. Tomo su mano, fría, débil. Con un ademán acaricio sus mejillas y le pregunto qué sucede... pero, no me responde, sólo me mira con ese vacío que termina con mi alma.

Me siento a su lado y coloco su cabeza en mi regazo, le peino y acaricio. Le miro los ojos y me cuenta de su vida, lo que le ha sucedido, su madre... que buena madre sería, ¿el padre?, muerto, desde sus 6 años. Me sigue contando y me habla de su amada, una bella dama que con gracia le hablaba, lo miraba con deseo y lo acompaña sin buscar lucro. Buena vida yo pensaba. "Ahora", me dijo, "Ya no queda nada, la muerte me sigue; en una cesta me acompaña. La miro en cada esquina y me roba la "estampa"".

Lo conozco como nadie lo ha hecho, lo acompaño cuando no hay nadie para hacerlo y me doy cuenta de que lo amo, lo amo como un amigo lo hace y le soy leal. Le soy leal en vida y lo seré en muerte. Estoy sentado con mi amigo en mi regazo, frío, con sangre en las manos y muerto.

El es mi amigo y lo aprecio. La gente rodeando el lugar, sólo tienen morbo en sus ojos, malicia y descaro. Observan a mi amigo y se cubren la cara, yo sólo lo veo y le digo - No te preocupes, no tendrás que sufrir esto.- Coloco su cabeza en el suelo y me limpio la sangre del pecho, él está muerto... sin embargo, es mi amigo.

martes, 16 de junio de 2009

Capítulo Segundo - Recuerdos


La mañana aparece y comienza a infiltrarse en el cuarto de la joven, donde, por la luz se llegaba a vislumbrar la maravillosa pieza artesanal que era aquella recámara.

Ahí, recostada todavía sobre su cama estaba Acacia, soñando con un mejor presente que el actual y llorando su futuro. Las sábanas, completamente blancas y de seda, resaltaban el color del cabello de la joven. Sus labios, rosados y pequeños, formaban una pequeña abertura por la cual respiraba suavemente.

La puerta, roja caoba con marcos tallados por los bordes, se abrió lentamente y una voz temerosa se escabulló a través del aire que junto con el sonido se adentraba al cuarto.

- ¿Madame? Disculpe usted señorita... pero debo hacer el cuarto, ya es tarde. -

Con ademanes, no muy agraciados, la joven hizo la seña de que se retirara aquél que invadía sus aposentos y la despertaba de sus sueños.

- Perdón señorita, pero las órdenes son del señorito Ariel... -

Acacia abrió los ojos y se sentó en la cama, desarreglada y un poco ofuscada, retiró las sábanas de su cuerpo y colocó sus pequeños pies en la madera de su piso. Levantó su mirada y observó a su allanadora directamente a los ojos.

- ¿Qué hora es María? -
- Las 11 de la mañana señorita. -
- De acuerdo... Si es tarde. -

Se levantó y comenzó a acomodar su cuero cabelludo para poder salir de su cuarto.

- ¡Vamos ya María!, necesito bañarme y vestirme. -
- Si señorita, inmediatamente le atiendo, el agua ya está caliente y en la bañera en caso de que quiera comenzar sin mi. -
- Si, alcánzame para el lavado de pelo, ¿si?-
- Si señorita, ahorita me dirijo hacia allá, sólo debo tender su cama.-

Acacia se dirigió al pasillo fuera de su cuarto y entró a la puerta de a lado que era el baño. Tomó su camisón desde abajo y se quedó completamente desnuda frente a la tina, inmóvil, sólo veía la tina mientras el sol acariciaba su bella piel, pálida, más lúcida a la luz del sol. Con un movimient0 muy agraciado, se sentó en el borde de la tina, acariciando el agua como si fuera un bello tesoro o un amante. Se detuvo y dejó que el reflejo se clarificara, mostrando su rostro, sus ojos, dorados a la luz del sol brillaban en el agua y la miraban fijamente, como buscando algo más que a ella misma. Se levantó y entro a la tina con cuidad0, acostumbrándose a la temperatura del agua para no quemarse.

Tomó una pequeña esponja y con un poco de jabón y gran delicadeza lo pasó por sus piernas y brazos. Mientras hacía esto pensaba en la noche anterior y recordaba la lealtad que había demostrado Ariel en esos momentos de insenzatez.

Miró hacia la ventana del baño y supiró bajo una brisa temerosa y cálida que recorría su nuca y posaba sobre su pecho.

- Ariel... -

Comentó en voz baja mientras sus pensamientos divagaban en las penumbras de sus memorias. Recordaba en esos momentos un día de otoño hace unos 4 o 5 años según ella.

Era 24 de agosto, el cumpleaños de su padre, los niños jugaban bajo la sombra del gran roble en la colina y los adultos reían estruendósamente en la mesa, tomado té y comiendo galletas... pero alejada de todo esto estaba Acacia, leyendo un tomo de misterio y terror construído por el gran escritor Edgar Allan Poe, poemas e historias prohibidas en su casa y aun así ella desafiaba las reglas para poder leerlas.

- ¡Acacia!-

Una voz profunda y grave se escuchó como trueno en tormenta a unos cuantos pasos de ella.

- ¿Mande?...-

Contestó temerosa la niña, como esperando pedradas o alguna clase de agresión física.

- ¿Qué estás leyendo?
- "El gato negro" de Edgar All...
- ¿QUÉ TE HE DICHO DE LEER ESO EN ESTA CASA?
- Lo sé padre pero..
- Nada de "pero"... ¡A la cama sin cenar!... ¡Y dame ese libro!

Regañada y un tanto avergonzada Acacia se levantó y se encaminó hacia la casa donde una sirvienta la esperaba para escoltarla. Al llegar a su recámara encontró a un joven que poseía unos ojos verdes como pasto, frente a los cuáles ella se sintió desnuda y avergonzada.

-¿Quién eres?, ¿qué haces en mis aposentos?-

Con ternura y una caballerosidad impecable el niño besó la mano de la muchacha y dijo con voz melodiosa aunque a la vez poderosa.

- Mi nombre es Ariel Volodya de la casa Phantomhive, disculpa el atrevimiento, pero había escuchado de tu belleza y quería comprobarlo...-

Tras esto la joven enrojeció y bajó la cabeza sin saber qué decir o cómo actuar, lo miró y abrió la boca como intentando decir algo, pero antes de que cualquier sonido saliera de su boca Ariel puso un dedo sobre sus labios y le dijo.

- No es necesario hablar, ya le he faltado mucho el repeto el día de hoy mi señorita, espero verla pronto. Por cierto, quizá deba esconder los libros en un lugar menos obvio que debajo del colchón... quizá debajo de un madero.-

Tras esto el joven se marchó del cuarto y sus pasos recorrieron la casa hasta que se escuchó el sonar de la puerta.

Con esto la joven regresó a su tiempo y mirando la ventana del baño pensó.

- Ariel... Debo disculparme con él-

sábado, 6 de junio de 2009

Capítulo primero - Luna




Las olas agitadas impactaban contra el acantilado y hacían un sonido de poder y furia intentando imponerse a la roca que con todo su esplendor soportaba la fuerza del maravilloso mar. 

Parada, ahí en el borde del mundo estaba debajo de la luna gris una bella dama, joven, tendría 17 años y ya sentía que el mundo era suyo... Acacia de los Rioja, la más bella de sus hermanas y la más inteligente. Poseía unos ojos tan bellos como la luna misma y piel tan blanca como una perla. Su cabello, café, claro y sedoso era ondulado y de un tono castaño como buscando ser rojizo en las raíces.

La muchacha de pronto miró el cielo y con un ademán intentó acercarce a la plateada luna, se colocó sobre sus puntas y se estiró hasta caer en sus rodillas, derrotada y sin más sueños. 

-Quisiera morir Ariel. Perderme para siempre en las memorias de la vida y tan sólo ser recordada en muerte, pero... no soy capaz de terminar con mi propia vida.-

La muchacha volteó para ver directamente a los ojos de su oyente con lágrimas recorriendo sus mejillas y con una mirada que hubiera desalmado al ser más despreciable y ruin del universo. Volteó y de nuevo miró hacia la luna.

-Ariel... ¿Me juraste hacer todo lo que yo te pidiera y la lealtad eterna... cierto?-

Él, más joven que ella, se mantuvo callado y caminó hacia donde se encontraba tirada la joven. Se colocó a su lado y la abrazó. Ella, desconcertada, se quedó pasmada sin hacer ni siquiera un ruido o algún tipo de movimiento.

Ariel quebró en un llanto ligero y una sóla lágrima salió de sus verdes ojos y proclamó unas palabras. 

- Haré todo lo que me pidas, pero no te lastimaré jamás.-

- Entonces llévame lejos, muy lejos a donde no pueda sufrir...-

Dicho esto el muchacho la tomó de las manos y besó con gentileza su muñeca, la miró a los ojos y volvió a abrazarla. Ya en sus brazos la levantó y la llevó de regreso a la casa que se encontraba detrás de un pequeño cerro con un árbol muerto y torcido, negro, quemado y anciano.

- Sé por lo que has pasado Acacia y comprendo por qué sufres... pero ésto no debe detenerte, al contrario, tómalo como una experiencia y afróntalo. -

- ¿Cómo lo enfrento Ariel?, no sé cómo reaccionar en una situación así, la luna siempre me ha ayudado para tomar desiciones pero esta vez no me ayudará en nada...-

- No puedo hablar como si conociera la posición en la que te encuentras pero... -

- Si, tienes razón, no sabes lo que es perder a un padre...-

- Sólo deberías saber que no te dejaré jamás, aun en estos momentos tienes amigos y gente que verdaderamente te ama, debes soportar el sufrimiento y volverlo un buen recuerdo. Vamos ya, a casa que es muy alta la hora y no quiero que atrapes un resfriado. -

Tan sólo bajó la cabeza la dama y exclamó un pequeño "gracias", lo suficientemente fuerte para que él lo escuchara pero para que nadie más pudiera saber lo que había dicho.

Pasando a un lado del árbol, Acacia, con un espaviento y movimientos bruscos se soltó de Ariel y se incó ante la planta muerta.

- ¿Acacia?¿Qué haces? Ese árbol está muerto. -
- Ven, ¡mira! -

Volteó rápidamente con una rosa roja en la mano perfectamente abierta.

- ¿De dónde has sacado eso? -
- Aquí estaba, en la base del árbol, él amaba las rosas rojas... -

Ariel miró con extrañeza la flor que yacía en las manos de la joven y decidió tomarla. Agarró la flor y la colocó en el cabello de Acacia armando un chongo en su testa.

- Te ves hermosa. - Le dijo.

- ¿Cómo puedes decir eso? Estoy toda desarreglada y mis ropas están sucias al igual que mis rodillas.- 

- Lamento lo que ha sucedido, espe...-

-No te preocupes, todos tenemos nuestras caídas, aveces nos hacen pensar en cosas que no deberíamos. -

Acacia asintió y recobró su camino.

- ¡Vamos ya! a casa, debemos dormir Ariel, mañana te vas de viaje y no quisiera que estuvieras agotado por mi culpa. -

Ariel la miró nuevamente a los ojos y sonrió tristemente, como queriendo decir algo pero sin poder expresarlo. Tomó la mano de Acacia otra vez y le besó la muñeca.

- Vamos pues, tu también debes descansar. -

Al llegar a la casa, Ariel abrió con extremo cuidado la puerta de roble rojo tallada a mano de la cual se distinguían pequeños leones y dragones en todo el borde de la puerta y la perilla era la cara de un león con la boca abierta. Al entrar estaba un pasillo el cual llevaba a 4 lugares diferentes. La escalera del lado derecho, un baño debajo de la misma, la puerta de la cocina al final del pasillo y la sala a la izquierda de la puerta que se conectaba al comedor. 

Aun con Acacia en brazos tomó las escaleras y al llegar hasta arriba se dirigió al cuarto de la muchacha para dejarla al fin en su cama. El cuarto era de paredes y techo blanco, madera oscura en el piso mantenía caliente el cuarto. Un pequeño tocador estaba pegado a un ventanal en el ala oeste del cuarto. La cama era de gran tamaño y se podía distinguir pequeños grabados a los costados del mueble que hacían de aquél una magnífica pieza de arte. Colocó a Acacia sobre el colchón y movió las sábanas sobre ella, entonces se dispuso a retirarse cuando sentió que tomaban su mano.

- No dejes mi lado esta noche Ariel... por favor. -
- Si. - Contestó suavemente. 
- Por ti... la luna. -

Agarró una silla que estaba debajo del tocador y la puso a un lado de la cama y tomó una mano de la joven y la acariciaba como aquél que no quiere perder lo más valioso en su vida.

- Buenas noches Ariel, ¡descansa! -
- Hasta mañana. -

Acacia volteó a ver su ventanal una última vez y observó la plateada luna pasar frente a ella, despidiéndose y rogándole cerrara los ojos hasta el día siguiente. Miró a su acompañante otra vez y pensó para ella misma. 

- Gracias por todo, ojalá veas más lunas así, hoy está más bella que nunca. -