
Las olas agitadas impactaban contra el acantilado y hacían un sonido de poder y furia intentando imponerse a la roca que con todo su esplendor soportaba la fuerza del maravilloso mar.
Parada, ahí en el borde del mundo estaba debajo de la luna gris una bella dama, joven, tendría 17 años y ya sentía que el mundo era suyo... Acacia de los Rioja, la más bella de sus hermanas y la más inteligente. Poseía unos ojos tan bellos como la luna misma y piel tan blanca como una perla. Su cabello, café, claro y sedoso era ondulado y de un tono castaño como buscando ser rojizo en las raíces.
La muchacha de pronto miró el cielo y con un ademán intentó acercarce a la plateada luna, se colocó sobre sus puntas y se estiró hasta caer en sus rodillas, derrotada y sin más sueños.
-Quisiera morir Ariel. Perderme para siempre en las memorias de la vida y tan sólo ser recordada en muerte, pero... no soy capaz de terminar con mi propia vida.-
La muchacha volteó para ver directamente a los ojos de su oyente con lágrimas recorriendo sus mejillas y con una mirada que hubiera desalmado al ser más despreciable y ruin del universo. Volteó y de nuevo miró hacia la luna.
-Ariel... ¿Me juraste hacer todo lo que yo te pidiera y la lealtad eterna... cierto?-
Él, más joven que ella, se mantuvo callado y caminó hacia donde se encontraba tirada la joven. Se colocó a su lado y la abrazó. Ella, desconcertada, se quedó pasmada sin hacer ni siquiera un ruido o algún tipo de movimiento.
Ariel quebró en un llanto ligero y una sóla lágrima salió de sus verdes ojos y proclamó unas palabras.
- Haré todo lo que me pidas, pero no te lastimaré jamás.-
- Entonces llévame lejos, muy lejos a donde no pueda sufrir...-
Dicho esto el muchacho la tomó de las manos y besó con gentileza su muñeca, la miró a los ojos y volvió a abrazarla. Ya en sus brazos la levantó y la llevó de regreso a la casa que se encontraba detrás de un pequeño cerro con un árbol muerto y torcido, negro, quemado y anciano.
- Sé por lo que has pasado Acacia y comprendo por qué sufres... pero ésto no debe detenerte, al contrario, tómalo como una experiencia y afróntalo. -
- ¿Cómo lo enfrento Ariel?, no sé cómo reaccionar en una situación así, la luna siempre me ha ayudado para tomar desiciones pero esta vez no me ayudará en nada...-
- No puedo hablar como si conociera la posición en la que te encuentras pero... -
- Si, tienes razón, no sabes lo que es perder a un padre...-
- Sólo deberías saber que no te dejaré jamás, aun en estos momentos tienes amigos y gente que verdaderamente te ama, debes soportar el sufrimiento y volverlo un buen recuerdo. Vamos ya, a casa que es muy alta la hora y no quiero que atrapes un resfriado. -
Tan sólo bajó la cabeza la dama y exclamó un pequeño "gracias", lo suficientemente fuerte para que él lo escuchara pero para que nadie más pudiera saber lo que había dicho.
Pasando a un lado del árbol, Acacia, con un espaviento y movimientos bruscos se soltó de Ariel y se incó ante la planta muerta.
- ¿Acacia?¿Qué haces? Ese árbol está muerto. -
- Ven, ¡mira! -
Volteó rápidamente con una rosa roja en la mano perfectamente abierta.
- ¿De dónde has sacado eso? -
- Aquí estaba, en la base del árbol, él amaba las rosas rojas... -
Ariel miró con extrañeza la flor que yacía en las manos de la joven y decidió tomarla. Agarró la flor y la colocó en el cabello de Acacia armando un chongo en su testa.
- Te ves hermosa. - Le dijo.
- ¿Cómo puedes decir eso? Estoy toda desarreglada y mis ropas están sucias al igual que mis rodillas.-
- Lamento lo que ha sucedido, espe...-
-No te preocupes, todos tenemos nuestras caídas, aveces nos hacen pensar en cosas que no deberíamos. -
Acacia asintió y recobró su camino.
- ¡Vamos ya! a casa, debemos dormir Ariel, mañana te vas de viaje y no quisiera que estuvieras agotado por mi culpa. -
Ariel la miró nuevamente a los ojos y sonrió tristemente, como queriendo decir algo pero sin poder expresarlo. Tomó la mano de Acacia otra vez y le besó la muñeca.
- Vamos pues, tu también debes descansar. -
Al llegar a la casa, Ariel abrió con extremo cuidado la puerta de roble rojo tallada a mano de la cual se distinguían pequeños leones y dragones en todo el borde de la puerta y la perilla era la cara de un león con la boca abierta. Al entrar estaba un pasillo el cual llevaba a 4 lugares diferentes. La escalera del lado derecho, un baño debajo de la misma, la puerta de la cocina al final del pasillo y la sala a la izquierda de la puerta que se conectaba al comedor.
Aun con Acacia en brazos tomó las escaleras y al llegar hasta arriba se dirigió al cuarto de la muchacha para dejarla al fin en su cama. El cuarto era de paredes y techo blanco, madera oscura en el piso mantenía caliente el cuarto. Un pequeño tocador estaba pegado a un ventanal en el ala oeste del cuarto. La cama era de gran tamaño y se podía distinguir pequeños grabados a los costados del mueble que hacían de aquél una magnífica pieza de arte. Colocó a Acacia sobre el colchón y movió las sábanas sobre ella, entonces se dispuso a retirarse cuando sentió que tomaban su mano.
- No dejes mi lado esta noche Ariel... por favor. -
- Si. - Contestó suavemente.
- Por ti... la luna. -
Agarró una silla que estaba debajo del tocador y la puso a un lado de la cama y tomó una mano de la joven y la acariciaba como aquél que no quiere perder lo más valioso en su vida.
- Buenas noches Ariel, ¡descansa! -
- Hasta mañana. -
Acacia volteó a ver su ventanal una última vez y observó la plateada luna pasar frente a ella, despidiéndose y rogándole cerrara los ojos hasta el día siguiente. Miró a su acompañante otra vez y pensó para ella misma.
- Gracias por todo, ojalá veas más lunas así, hoy está más bella que nunca. -