martes, 24 de noviembre de 2009

Susurro


No pasaban las 10 de la noche cuando, en una choza vieja y llena de goteras, cayó un rayo que despertó mis más grandes temores de un salto para regresar después al perpetuo sonido de las gotas cayendo en el techo de madera de la vivienda.

Levanté la mirada y observé mi cara reflejada en un espejo de agua encharcada a mis pies. Durante unos momentos pude observar cómo los años me habían ya afectado y mis barbas crecían descuidadas y alborotadas desde mi barbilla hasta la cruz de Santiago que me regaló mi hermana en mi plenitud. Las arrugas ya eran prominentes y no era de sorprenderse pues contaba con 67 años y la edad no me estaba tratando con ligereza. Los viejos harapos y mis manchados zapatos hacían juego, mi sombrero, una hermosa pieza de tela negra con un estampado de rayas blancas verticales a su alrededor y el corbatín me hacían ver como un hombre elegante aun en la pobreza y vejez.

Decidí que el día siguiente sería difícil pues tenía que ir por leña y a pedir comida, cabe aclarar que jamás me dignaría a mendigar, voy a un refugio para ancianos. Tomé mi sombrero y mi saco y los colgué en el perchero disponiéndome a irme a dormir, entonces volteé y fijamente observé la figura de mi amada, ya hace mucho tiempo lejos de mi, casada con otro hombre y en la soledad me dejó pudriéndome.

No podía creerlo y supuse de manera lógica que estaba alucinando, volteando hacia el agujero en mi techo y mirando el cielo recordé su tersa faz inmaculada. Un suspiro surgido de lo más profundo de mi alma escapó por entre las impenetrables puertas de mis labios y susurré su nombre al infinito. Escuché atentamente... eco... silencio.

"Sabía que no podía ser ella", dije para mí y regresando la mirada me sorprendió el encontrarla nuevamente posada frente a mi, quieta, inmóvil y con la misma mirada tan profunda que siempre tuvo.

- ¿Qué haces aquí? Hace mucho tiempo ya enterré tu recuerdo, ¡déjame en paz demonio! -

Intentando escuchar respuesta permanecí en silencio... pero ella también, tan sólo me miraba con esa paz y tranquilidad que llevaba.

Me hinqué a sus pies y le rogué que me explicara qué hacía ahí, que qué quería de mi si ya olvidado estaba y mi amor no era más que una piedra en su camino, y ante todo esto inmutable se quedó, no expresó sentimientos y esto me desesperó.

Comencé a gritarle, le recordé que yo era quien en verdad la amaba, ¿qué hacía con ese patán? le reproché y decidí que simplemente no valía la pena sufrir por ella.

- Puedes retirarte, no es difícil encontrar la salida... Por favor deja mi vida y no regreses jamás...-

Pero ella se quedó como congelada frente a mi y ni un milímetro movió su expresión, y en sus ojos me vi, vi mi rudeza y falta de respeto y nuevamente me hinqué ante ella, pero ahora le pedí perdón, le pedí que no se fuera, que entendiera a este viejo granuja que no tenía ni en qué caerse muerto, que los celos me consumían y que no soportaba el haber perdido todo buscándola y encontrarla casada a otro hombre... Pensando en esos celos fue que cometí un gran pecado. Sentí ira, ira contra ella y contra lo que representaba, la odiaba con toda mi alma y no podía permitir que alguien... no, algo tan ruin como ese ser viviera.

Me retiré a la puerta y tomé el hacha que ponía en la paragüera vacía para cortar leña, la agarré con fuerza y perfile un gran golpe contra su cabeza. Al realizar esto miré su rostro y una lágrima fría recorría su mejilla... una sola lágrima. Caí de rodillas dejando el hacha a un lado de mí y me di cuenta que por semejante estupidez le iba a cortar la cabeza a mi amada... ¿Amada?

Estaba seguro de haberla amado, pero jamás la dejé ir. Yo no la había amado, me había obsesionado y ahora, llegado el momento, me dejé llevar por mis instintos e incluso amenacé su vida. Nunca fui un santo, pero jamás creí llegar a tales extremos. Me puse en pie y con los ojos cerrados le dije:

- Nunca necesitaste ayuda, me vendiste para salvarte. Los ángeles como tu mienten para mantener el control. He vivido hambruna, miseria y miedo, y nada pudo enseñarme mejor a vivir que el estar sin ti. Hasta ahorita sólo me lamentaba pero ahora me doy cuenta que tu silencio y el eco del mismo me susurran que soy libre, que mi vida es mía y de nadie más, que tú no puedes arrancármela y que no permitiría si lo intentaras... Mi nombre es Elliot Leo Hassler, y en honor a ese nombre es que te despido. -

Un silencio sepulcral me hizo abrir los ojos y encontrarme con la penumbra total, mi vela se había agotado y necesitaba reemplazarla.

Al prender una nueva observé el cuarto vacío, cómo si nadie hubiera pisado este lugar en unos días y bajando la mirada volví a ver el suelo, el charco que estaba a mis pies y me dejaba ver mi reflejo.

Mis cabellos eran negros, la mirada joven y llena de vida, mi traje estaba en perfectas condiciones y mis zapatos recientemente voleados. Mi sombrero estaba recién comprado y mi juventud se notaba en mi cara. Fue entonces que un susurro escuché y sabiamente al oído expresó:

- Vete ya, no más tiempo pierdas aquí que 50 años fueron suficientes, recuerda tu lección y vive con ella... -

Un trueno cayó detrás mío y efusivamente di un salto y cerré mis ojos... los abrí y me levanté de mi cama con extrañeza.

- Quizá un sueño fue... -

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